Cuento para reflexionar:

El problema de la humanidad


A Conciencia Solidaria ONG Interprovincial.



Oscuridad. Encierro. Hacinamiento. Dolor. Angustia. Miedo. Desesperación. Esas palabras, aparentemente inconexas, son perfecto hilo conductor de mi desdichada historia. La historia de una vida que, por el desprecio de otros seres, por sus ansias de superioridad, y su egoísmo, tratan a los demás como inferiores, degradándolos, y terminan asesinándolos como si su vida no valiera nada, y la de ellos, todo.
Nos fueron a buscar a nuestras casas, primero se ocultaban en la noche, no querían que el mundo se enterara de sus atrocidades, de su torcimiento. Después, ya no les importó. Empezaron a venir de día. A toda hora, no había momento de tranquilidad, de paz. Nos llevaron, transportándonos en condiciones a las que el adjetivo paupérrimo le queda grande. Unos sobre otros, en trenes o camiones, a tal grado de confusión que no sabíamos donde empezaba el hermano, el amigo, el familiar, y donde terminaba, y empezaba uno mismo. Tal vez, justamente, el error era creer que somos solos y unívocos, y para colmo, unos mejores que otros, como ellos se creían, en lugar de percibir, de sentir, que somos un ser colectivo y hermanado. Tal vez, ese sea el problema de la humanidad… Pero ahora, mejor sigo con mi relato y reflexionamos después, juntos. Decía que las condiciones en que nos transportaban eran menos que paupérrimas. Es lamentable, pero hoy puedo reconocer que quienes se iban en ese traslado, quienes nos dejaban, eran más afortunados que los que sobrevivíamos, porque no tendrían que vivir, que soportar, lo que vendría después.
Nos hacinaban en celdas de dimensiones ridículas, sin movilidad alguna. Esto también era un método de tortura, un medio para doblegar nuestra voluntad, una forma para quebrarnos, para rompernos, primero psicológicamente, el alma, y después el cuerpo, la vida. Nos encerraron, nos despojaron de todo lo que era nuestro, de todo lo que amamos. Nos despojaron de todo. No nos dejaron nada. Muchas veces, separaban familias sin importarles nada. Sin demostrar ni una pisca de humanidad.
Viviendo en nuestros hogares, antes de los traslados y los hacinamientos, tampoco nos sentíamos más seguros, el riesgo y la posibilidad de morir, nos acechaba cada instante, cada segundo. El ruido de los aviones presagiaba la desgracia inminente. Segundos después escucharíamos el silbido de las bombas cortando el aire, antes de la explosión. Después del aturdimiento, sería mejor no recobrar la audición, para no escuchar el llanto, las lágrimas y los desesperantes gritos, de quienes sobrevivieron, el dolor por las amputaciones, por la sangre derramada, por los hermanos que ya no viven.
Avanzan las tropas terrestres. Ya no hay vuelta atrás. Sólo quedan dos posibilidades. Entran casa por casa. Ametrallan. La primera posibilidad. Es la muerte. La segunda, los campos… ¿‘De refugiados’, ‘De detenidos’, ‘De exterminio’?
Y, para muchos otros, la existencia es todavía más triste, más oscura, ni siquiera nacen en libertad, ni ven nunca la luz del sol. No saben lo que son ni la libertad ni el sol. No pueden saberlo. La vida es, para estos desventurados, comer, comer y comer, para ser engordados, para que después, tras una muerte horrible y traumática, su cadáver se transforme en comida para sus asesinos, y otros muchísimos cómplices, consciente o inconsciente, cuya participación, se manifiesta en su alimentación.
Nacemos fabrilmente, no como seres vivos, sino como un producto más, como otra propiedad de estos seres soberbios, los humanos, quienes se creen dueños del mundo y de todo lo que hay en él, sin darse cuenta, que ellos también pertenecen a ese mundo. Luego, engordamos, encerrados en mínimas jaulas. A las aves las mutilan, cortándoles sus picos, sin anestesia, total son animales, ¿qué importa que sientan dolor? ¿Qué importa a la gente, si son comida? No son perros, o gatos o caballos. Son gallinas, son pavos, son vacas o conejos. ¿Qué importa al soberbio ser humano, si sus hermanos monos son usados para la experimentación, y mueren en la fría mesa del científico, en lugar de morir en su hábitat, rodeado y acompañado por su familia, cumpliendo su ciclo? ¿Qué importa si Holi, una vaca, tiene una esperanza de vida de treinta años, pero su existencia se ve limitada a sólo cuatro, porque fue destinada a ser una vaca lechera, a ser exprimida hasta no dar más, hasta sólo servir su carne, desnutrida, para las hamburguesas de las casas de comida rápida? ¿Qué importa?
Nada. Como tampoco le importó lo sufrido por Samuel y millones y millones de judíos, de negros, homosexuales, gitanos y comunistas, durante el Holocausto, llevado adelante por los nazis, en la Segunda Guerra Mundial. Después, como los pueblos de todos los países sometidos a sus genocidios particulares, por sus propias dictaduras fascistas, alegaron desconocimiento, se horrorizaron, se rasgaron las vestiduras. Clamaron por justicia.
Y sin embargo, en la historia humana, pareciera que la memoria es débil, y todo vuelve a pasar… Lo irónico, es que son los descendientes de aquellos judíos asesinados por los nazis, quienes hoy, vueltos soberbios fascistas, enmarcados en una ideología totalitaria llamada sionismo, invaden, bombardean y asesinan, cruelmente y sin misericordia, a sus hermanos palestinos, el pueblo que vivió en esas mismas tierras durante milenios, antes que ellos, incluso en convivencia pacífica con otros judíos y cristianos… Hombres, mujeres y niños, indiscriminadamente, caen bajo las bombas y las balas israelíes, en connivencia con la gran nación imperialista del mundo, los Estados Unidos… El objetivo último detrás de tanta muerte, detrás del asesinato de Muhamad y su familia, los recursos naturales, en especial el petróleo, que yacen bajo el suelo palestino, regado de sangre de inocentes. La excusa de los Estados Unidos e Israel, la lucha contra el terrorismo.
Hace algunos siglos, la Revolución Industrial cambió el concepto de la alimentación para los seres humanos. Lo primero que hizo, fue introducir maquinarias en la producción agrícola, que la incrementaron exponencialmente. A partir de entonces, desde hace algunos siglos atrás, insisto, debería haberse erradicado el hambre y la pobreza de este planeta… Pero no fue así.
Poco tiempo después, los hermanos animales, transformados en productos, en propiedades, ahora somos producidos en masa, con el único objetivo de morir para alimentar a los humanos, y aunque lo sepan, mucho no les importa… ¿Qué importa el sufrimiento y la muerte de Samuel, el judío, y su familia? ¿Qué importa el sufrimiento y la muerte de Muhamad, el palestino, y su familia? ¿Qué importa el sufrimiento y la muerte de Holi, la vaca lechera, y su familia? Es tres veces la misma pregunta, sólo cambia el protagonista. ¿Qué importa?
En el medio, oscuridad, encierro, hacinamiento, dolor, angustia, desesperación.
Es tiempo de abrir los ojos, y la mente.

Mat Elefzerakis; Capilla del Monte, Córdoba.
Viernes 25 de julio de 2014.




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