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Dolores Fonzi

La agroecología, una producción artesana para alimentar al pueblo


La Cooperativa San Carlos se ha convertido en una referencia de la zona periurbana de la Ciudad de Córdoba.


Por Leonardo Rossi para Conciencia Solidaria ONG

“Ojala que pudiera
el hombre con su presencia
ser amor, flor y fruto
desparramando su siembra
para que los que vengan
no sufran por su existencia”.
(El que siembra cosecha, Horacio Banegas)

 


Cada sábado en la Feria Agroecológica de Córdoba cientos de personas se acercan en busca de alimentos sanos, producidos sin usos de pesticidas ni fertilizantes de síntesis química, que sean elaborados por pequeños productores, unidades familiares o grupos cooperativos. Frutas, verduras, yerba, plantines, fideos, harinas, mieles, entre otros producciones habitan en este espacio. Una referencia ineludible en materia hortícola es la Cooperativa de Trabajo San Carlos, miembros de la feria desde sus días de inicio allá por los finales de 2013. Unos minutos al sur de la cuidad se encuentra la chacra de estos agricultores familiares donde crecen las
diversas producciones que ya se han ganado un lugar destacado en el ‘boca en boca’ de los consumidores que eligen hacer del plato de comida una herramienta para construir un mundo más habitable. Hacia allá nos mueve el día.


Tres datos


Un ave se cruza por detrás de Antonio (65) y Oscar (59). Aterriza veloz a sus espaldas. Se observa de forma nítida que busca lombrices. Dato 1: la tierra tiene vida. Los hermanos Córdoba caminan de norte a sur, de forma perpendicular a los surcos sembrados y se tomarán un buen rato para explicar con paciencia y dedicación docente cada cultivo, sus características, la interacción entre diversos insectos y las plantas. Todo acá tiene sentido de ser, las intervenciones sobre las verduras son puntuales y muchas veces incluso buscan potenciar eso que bajo la lógica de la agricultura dominante debiera desaparecer. Manejo integral, aprovechamiento de la biodiversidad, sistema complejo, puede escucharse en algún ámbito técnico. Volver a las fuentes o agroecología, surge en el sentir de estas tierras, donde produce la ya emblemática ‘Cooperativa San Carlos’.


Este colectivo, integrado por seis familias, 18 socios, tiene su base de trabajo al sur de la capital provincial. Los campos, que reúnen unas 27 hectáreas, están en el kilómetro 10,5 del Camino a San Carlos. Entre monocultivos de soja y modernos countries, irrumpen estos lotes como un arcoíris que brota del suelo: lechugas y zanahorias están en flor, a la espera de ofrendar semillas. Se combinan con otras tantas especies que “en otros campos son vistas como malezas”, dice Antonio. La primera parada es frente a los extensos surcos adornados por las flores blanquecinas de las zanahorias. Diversos tipos de “abejitas” van y vienen, se posan un momento, se elevan y retornan a esos pintorescos racimos. “Todo esto tiene que estar, porque esas abejas nos ayudan a cuidar las lechugas de que las agarren los pulgones, que la debilitan mucho”, explica Oscar. Dato 2: La matanza indiscriminada de bichos no reina en estas tierras. Unos pasos más adelante, entre las lechugas, Antonio se agacha, rastrea las bases de las plantas y muestra la comunidad de vaquitas de San Antonio que allí habitan. Ese pequeño bicho es otro aliado fundamental de estos productores. “Están en la parte baja, donde se alimentan de los pulgones, entonces cuantas más vemos sabemos que la planta está mejor, porque no está perdiendo nutrientes.” “Hay campos convencional acá cerca que este año han tenido que arar lechuga de la cantidad de pulgón que había. Y nosotros sin echar nada, tenemos bien las plantas, porque dejamos flores, dejamos si el pulgón agarra un repollo que se coma esa parte, que trabaje ahí, que después vaya la avispa y lo mismo la vaquita de San Antonio.”


Lo que explican desde su vivencia estos hermanos dialoga con numerosos estudios científicos que dan cuenta de los beneficios a la salud de la naturaleza como un todo de este tipo de agricultura. Dice la investigación ‘Suelos saludables, plantas saludables: la evidencia agroecológica’ (1) que “los fertilizantes químicos pueden influenciar dramáticamente el balance de elementos nutricionales en las plantas, y es probable que su uso excesivo incremente los desbalances nutricionales, lo cual a su vez reduce la resistencia a insectos plaga”. Por el contrario, las prácticas agroecológicas incrementan “la materia orgánica del suelo y la actividad microbiana y una liberación gradual de nutrientes a la planta, permitiendo teóricamente a las plantas derivar una nutrición más balanceada”. El estudio concluye: “los bajos niveles de plaga reportados extensamente en los sistemas orgánicos se deben en parte a la resistencia de las plantas a las plagas, mediada por diferencias bioquímicas o de nutrientes minerales en los cultivos bajo tales prácticas”.

Así, con ese cuidado por los equilibrios, los hermanos Córdoba trabajan cada día en la producción de alimentos. No cuentan con grandes maquinarias, se aplica azada y utilizan un tractor de la década del setenta. Tampoco simplifican la tarea a chorro de pesticidas y fertilizantes industriales. Potencian la ‘micro-fauna’ existente, dejan que la flora haga su parte, y utilizan bio-preparados a base de ajo, bolas de paraíso, ortiga, plantas como la cola de caballo, y hongos. Dato 3: en este campo se puede respirar tranquilo.

 

Sanación

 

Este presente de producción en armonía con el ambiente no nació de un pálpito, más bien se parió a fuerza de dolorosas historias. En las largas décadas empleados como peones, los hermanos Córdoba aprendieron a sembrar, cosechar, manejar tractores y a fumigar. De esto último, también aprendieron los dolores físicos que el día a día del manejo de productos con alta toxicidad dejaba en sus cuerpos. “Uno no sabía lo peligroso que era. Se usaba siempre, era lo que te decían que hacía falta para las plantas. Nos poníamos la mochila al hombro y salíamos. A la noche no dormía de la picazón en la piel y eso era el veneno que tenía en el cuerpo, que te atacaba mucho”, rememora Oscar, mientras Antonio asiente. Entre las crudas descripciones, recuerdan que otro hermano fue el más afectado, con lesiones que le llegaron a dar parálisis. Con el paso de los años, la familia comprendió la dimensión de la problemática: los venenos eran dañinos para su salud, continuar con ese tipo de actividad era un camino sin salida. “A veces nos metíamos en reuniones de productores grandes, y ahí escuchamos hablar de ‘el hombre descartable’, que no era otra cosa que el peón, es decir: nosotros”, agrega el
mayor de los hermanos.

Si por un lado las enfermedades derivadas de la actividad bajo esos estándares ya marcaban que había que tomar otro rumbo, la irrupción agresiva del modelo de ‘agronegocios’ con la soja a la cabeza terminó de empujar el nuevo proyecto. En una zona históricamente fruti-hortícola, los campos comenzaron a arrendarse o venderse para el monocultivo de moda. “Donde trabajaban veinte, treinta o cuarenta personas ahora trabajaban dos”, apunta Antonio. La
cuestión era más o menos así, según explican: los hermanos Córdoba estaban grandes para comenzar a experimentar con un nuevo oficio y demasiado jóvenes para dejar de trabajar. Pero lanzarse en soledad a arrendar un pedazo de tierra y ponerse a producir no era la mejor opción, cuando el mercado y el Estado no ponían las cosas nada fáciles. Tener el capital para arrendar, maquinaria y herramientas adecuadas, transporte en condiciones para mover la producción eran algunos de los requerimientos que hacían imposible un proyecto unipersonal.

La alternativa no tardó en gestarse: “nos hicimos cooperativa por necesidad”, resumen. El inicio del proyecto incluyó a los tres hermanos, y a otros productores de la zona. Contaban con algunas hectáreas propias, y el resto debieron arrendar. Poco a poco modificaban sus prácticas, reducían el uso de químicos, e intentaban llegar con esas verduras al Mercado de Abasto. Las lechugas de esta chacra ya lucían distintas que las del resto de los quinteros que arribaban al centro distribuidor de la capital provincial. Tenían un tamaño más pequeño, no todos los atados presentaban la misma forma, y lo peor de todo para la lógica industrial: tenían bichos o signos de haber sido hábitat de diversos insectos. Los verduleros cargaban sus camionetas sin siquiera arrimarse a las producciones de estos hermanos. Con suerte, si en el resto de los puestos había faltante de alguna acelga o una papa podían concretar algunas ventas. “En el Mercado nos decían: ‘cuándo los negros Córdoba van a traer verdura sin bicho’”, recuerda Antonio. Explicar el daño causado por la aplicación de los agroquímicos, que conocían de primera mano, o enseñar acerca del bienestar de una planta no rociada con venenos era una tarea cuasi absurda en ese terreno. “Nosotros sabemos que esa fruta o verdura grande, pareja sin manchas estuvo pasada por un montón de venenos y fertilizantes químicos que son muy tóxicos. Pero se estableció que sólo se vende eso y que la gente quiere eso.” La práctica de esta familia evidencia lo que bien explicó la antropóloga argentina Patricia Aguirre: “Cuando consideramos ‘natural’ un hecho alimentario hay que desconfiar (…) terminamos considerando a las categorías impuestas por los usos sociales como pertenecientes al producto mismo.” La comida no es otra cosa que “la manifestación de relaciones sociales”, en este caso cruzada por el capitalismo neoliberal actual. “Nuestra alimentación industrial nos inunda de productos atractivos pero insípidos; los alimentos naturales son una rareza, las manzanas son hermosas para mirar, pero saben a corcho cuando son comidas. Por otro lado, nunca se sabe qué productos han utilizado en su cultivo: a menudo se trata de sustancias que en otros países han sido prohibidas.” (2)


Agroecología desde la semilla


La mañana en el Camino a San Carlos se presenta calurosa. El sol pega filoso sobre las espaldas. El viento toma temperatura. Los hermanos improvisan una sala de reunión en un galpón, un reparo. Unos canastos de verdura sirven como sillas y mesa para armar la ronda. Antonio afina por teléfono varias cuestiones ligadas a la organización de la cooperativa: visita de técnicos, puesta al día de aspectos administrativos, y preparativo del viaje a Buenos Aires que realizará en horas como miembro del Federación de Organizaciones Nucleadas en la Agricultura Familiar. Quiere conversar a fondo con el cronista. Termina de ordenar su rutina y se dispone a charlar con pausa. Se nota en sus gestos, en su hablar y en el tiempo que dedica a cada intervención que compartir la experiencia de la chacra es algo que hace con gusto.

Antonio y Oscar narran paso a paso las distintas técnicas que incorporaron con el venir de los años. Dejar de lado los plaguicidas, intentar roturar lo menos posible el suelo, incorporar la preparación de fertilizantes naturales en base a guano y residuos orgánicos que la propia chacra aporta. Toda una nueva forma de vincularse con el campo. “Cuesta hacer la transición, no fue fácil, pero hoy ya está encaminado y va cada vez mejor”, dice Antonio. Oscar cuenta que llegó un momento en que la cooperativa debió tomar decisiones tajantes. “Decidimos que había que producir sí o sí de forma agroecológica dentro del grupo, y eso generó tensiones, pero hoy logramos que el total de lo que hacemos sea de esa manera.” Esto ocurrió hace unos seis años. De entonces a esta parte, este colectivo no paró de sembrar logros. De ser convocados a charlas académicas para contar su experiencia pasaron a ser parte de la semilla que dio vida a la Feria Agroecológica de Córdoba. “Agradecemos a los técnicos que se interesaron en nosotros, pero también mucho a esos jóvenes que venían a estudiar y se acercaban a conocernos y difundir nuestra actividad. Hace unos años era raro que en el Estado, los organismos hablen de agroecología y ahora tenemos un montón de jóvenes agrónomos que quieren trabajar con esto”, celebra Antonio, en torno a esas grietas que se abren en la monolítica lógica de la agricultura convencional.

Participar en la feria cada sábado no sólo sirvió para canalizar buena parte de la producción sino que además “hizo que se abran otros contactos y hacer nuevos lugares de venta”. En la actualidad no sólo llevan sus producciones a este espacio ferial sino que realizan repartos en diversos barrios y zonas periurbanas de Córdoba, además de hacer entregas en el propio lugar de siembra. “El que quiere verdura de estación, sana, sabe que viene y busca acá”, dice con orgullo el presidente de la cooperativa. En la actualidad cuentan, según la época del año, con rúcula, lechuga, zanahoria, tomates, pimientos, papas, zapallos, ajo, puerro, verdeo, maíz, calabaza, habas, espinaca, acelga.

Esta base alimentaria producto de un saludable proceso de siembra y cosecha se ha convertido en una referencia para muchas familias de la ciudad capital. No obstante, Oscar reconoce que a veces “cuesta llegar más con estas producciones a los barrios populares, porque ahí falta difusión de lo que significa un alimento de mejor calidad.” “A veces nos cuesta más ahí que elijan un producto manchado o con bichito, y no pasa por tema de precio porque uno se acomoda con eso”, agrega. Antonio va más allá: “El objetivo grande es poder alimentar al pueblo de esta forma. El alimento tiene que estar para todos porque las enfermedades con la mala comida le dan al rico y le dan al pobre. Yo sueño con que avancemos de a poco con lo territorial más cercano, luego con lo provincial y si se puede más porque no ir hacia otras zonas.”

Como para no dejar de fortalecer el proyecto, la cooperativa comenzó esta temporada una profunda apuesta soberana: contar con semillas criollas propias en cantidad y calidad. La propuesta se basa en limitar la actual dependencia del mercado, que escasea en calidad y abunda en precio, y de las variedades que entrega el INTA, que si bien han sido base para este tipo de emprendimientos aún son limitadas. Asimismo, esta propuesta de “autoabastecimiento territorial busca quebrar un sistema y completar el ciclo de producción agroecológica, desde el inicio hasta las manos del consumidor.” El proyecto buscará fomentar un banco de semillas con escala para este tipo de chacras, donde diversos productores puedan intercambiarse o acceder a variedades adaptadas a este tipo de producción. “Cooperación, solidaridad y aprendizaje colectivo” son los tres ejes que guían esta iniciativa, que como no podía ser de otra forma, tiene a la Cooperativa San Carlos como una de sus protagonistas.

La mañana continuará en la chacra, donde las semillas de lechuga ya piden ser descolgadas de sus frágiles envoltorios naturales. Flores amarillas y lilas se entremezclan por entre las habas para llamar la atención de miles de bichitos que vuelan a sus alrededores. A lo lejos se dejan ver los maíces. Los hermanos Córdoba caminan adentrándose en los sembradíos, y hablan de los surcos que habrá que carpir en los próximos días. “Le ponemos mucho al campo, esto que hacemos acá es una artesanía”, dice Antonio, para resumir en una palabra un rico y profundo proceso de agricultura que vuelve al alimento una base desde donde construir otros sentidos de sentir, de pensar y de vivir; alimento como hondo reservorio de esperanzas.

 

1 Nicholls, C. y Altieri, M., Leisa Revista de Agroecología (2008).

2 ‘Ricos flacos y pobres gordos. La alimentación en crisis’, Capital Intelectual (2010).

 

 


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