VEGANISMO en clave filosófica

La síntesis evolutiva del hombre nuevo

 

Para Revista Vegan #40, septiembre 2021,

por Lic. Luciana Gagliardo

Presidente de Conciencia Solidaria ONG

Coordinadora Campaña Nacional Veganismo

 

El veganismo representa, sin lugar a dudas, el perfil del genuino ambientalista. Si bien es una declaración fuerte y hiere susceptibilidades, la verdad nunca se anda con medias tintas. Vale aclarar que, cualquier persona con afinidad por la naturaleza puede obrar trabajando por el ambiente. Pero también, nobleza obliga, manifestar que sólo aquellos que comprenden en profundidad el rol y contribución del veganismo a nuestra sociedad, lo sean o no, saben que es la salida directa al cambio de paradigma, que tanto se pregona, en la búsqueda de “un mundo mejor” o “un planeta más justo”, donde el amor, la equidad y la solidaridad, la empatía, el respeto y la compasión, reinen.

Naturalmente, el veganismo responde, intrínsecamente, a la actual demanda de simpleza y austeridad en los modos de alimentarnos, y de representar la síntesis evolutiva del Hombre Nuevo.

Antaño, la representación del Hombre Nuevo, planteaba una consciencia colectiva y un profundo nivel de solidaridad que no reconociera fronteras, siempre enfocado a la relación entre seres humanos. La crítica al Capitalismo, históricamente, ha sido fundada en frenar la explotación del hombre por el hombre. Y como del hombre se trata, la medida de todas las cosas, qué dejamos para el resto, para la mayoritaria porción de existencia que nos complementa y asiste. Nada.
Transcurrir la existencia, en un período de transición planetaria mucho más profundo de lo que se sospecha, es, indiscutiblemente, campo propicio para revisar nuestras prácticas culturales de cabo a rabo. La cultura no puede ser jamás un justificativo válido para continuar con anacronismos. La cultura muta, es cambiante, dinámica, como todos los procesos sociales que la tienen como protagonista. Los cambios en el paradigma de la alimentación, deben ser el reflejo, de amar más que nunca esa cultura que nos acunó, que nos permite en el presente tener una identidad y que construyó nuestras subjetividades. Pero esa madre, nos interpela, demanda de nosotros honrarla y octavar nuestra relación con ella. Actualizando la forma de vincularnos con la tierra y todos sus hijos.
El posicionamiento del vegano consciente, ante la crisis socio ambiental, reside en observar con lucidez sobre el circuito productivo elegido. El que ha venido para quedarse. La necesidad de producir monocultivos al estilo de la soja y el maíz transgénicos, que implica arrasar con monte nativo. Que es igual a decir, pérdida de biodiversidad y regulación del recurso hídrico, mejor llamado bien común agua, que es igual a decir cambio climático, y más desequilibrio ambiental. Que es igual a decir, corrimiento de la frontera agropecuaria y utilización de paquetes tecnológicos con semillas genéticamente modificadas y aplicación de agrotóxicos, entonces, degradación del suelo y pasivos ambientales irrecuperables. Eso, sólo si no pensamos en soberanía alimentaria, variedad de semillas, agroecología en lugar de agroindustria, desplazamiento de comunidades campesinas y originarias, precarización de la vida, discriminación y pobreza, falta de trabajo digno y comunitario, destrucción de las economías regionales. ¿Qué más? Los animales. Los animales como los cerdos del acuerdo chino-argentino, para instalar mega granjas-factorías para producirlos a gran escala. Salir en búsqueda de divisas para paliar la crisis económica que atraviesa el país, con falsas soluciones, no traerá otra cosa excepto, más desequilibrio y sufrimiento.

Cuesta entender que, cuando el modelo del agronegocio, representante fiel, no solamente de los potentados y su séquito, sino del modelo minuciosamente elegido para ser instalado en algunos países del subdesarrollo, como la Argentina, arrasa con millones de hectáreas de Monte Nativo, mucha de la población que se espanta ante tanto horror, es la destinataria de aquel producto de consumo que causó tal conflicto. Más aún, observar cómo, indignados, siguen las noticias de medio país en llamas, sufren por la pérdida de cientos de especies vegetales y animales, esenciales para el equilibrio ecosistémico, pero jamás han reparado en que, aquel plato con carne y derivados, ha sido un ser sintiente. Esencialmente, tan importante como aquello por lo que lloran. ¿Y por qué lloramos los seres humanos ante hechos de esta magnitud? ¿En verdad nos duele el dolor ajeno?

El sistema que conduce los destinos de la humanidad, perverso en su estructura y su operatividad, ha logrado escindirnos. El modelo actual de producción extractivista, nos ha hecho creer que hay zonas y seres vivos susceptibles de ser sacrificados, para también hacerlo con los que reproducimos artificialmente y en masa. Pero otra porción, que incluye nuestros perros y gatos, es motivo de denuncia ante el maltrato, dependiendo el lado del globo en donde nos encontremos.
El actual estado de pandemia y excepcionalidad, justificados a través del COVID-19 y los que vendrán a futuro, no son sólo el resultado de una sociedad en plena crisis civilizatoria, de la modificación genética, de la zoonosis, o el estado de guerra permanente en el que vivimos como humanidad, como hechos aislados. Forma parte de aspectos resultantes de interrelacionarnos erróneamente con los demás seres vivos y el medio. Hemos socavado y traspasado todos los límites. Y, ciertamente, eso es un problema.

Queremos decir, destruimos ecosistemas naturales con toda la biodiversidad que implican, para instalar en forma artificial, formas de vida a las que también sacrificaremos, en pos de qué. Desde hace mucho tiempo que la quema malintencionada, forma parte del modus operandi de la mano negra que asiste el modelo y ha encontrado con ella, la forma de violentar no solamente los espacios naturales, sino las leyes. Más como todo, al acotarse los márgenes, las formas de ejecutar las acciones predatorias, se instalan cada vez con mayor crueldad. Pero, afortunadamente el fuego no sólo quema, sino también ilumina. Y esa claridad está permitiendo ver mejor y más sobre las prácticas económicas en detrimento de la calidad de vida del conjunto.

Hoy, no son las calculadas más de doscientas mil hectáreas de humedales en el Delta del Paraná arrasadas por los incendios, sin aún datos oficiales, o las al rededor de trescientas cincuenta mil en el noroeste de Córdoba, que se suman a más del 97% del monte nativo desaparecido en la provincia, e incluso la situación equivalente en el Chaco. Es todo un país que arde por el agronegocio, la megaminería, la industria del fracking, los hidrocarburos y las centrales nucleares. Es menester que el ordenamiento jurídico también comience a despertar, como esta porción de ciudadanía creciente, que se planta ante la ignominia y la injusticia. La urgencia de reconocer a los animales y al ambiente todo como sujeto de derecho, es una deuda que debe ser saldada a la brevedad.

 


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